sábado, 27 de junio de 2009

el brahmanismo


En pocas partes de la Tierra se podrá encontrar una mayor diversidad de razas, de hombres y de lenguas que en el vasto territorio del Indostán. No obstante, un lazo singular ha podido encadenar a arios, dravidianos e indios y hacer de ellos una mezcla unida: el brahmanismo. La religión, en efecto, es lo que ha dado a la India, como a muchos otros pueblos plurales, unidad moral y social. Haciendo de ellos una nación.
El período más antiguo de esta nación nos es conocido por los Vedas. Con el tiempo, al llegar la casta sacerdotal a ser poderosa, instauró un culto muy complicado, culto minuciosamente descrito, en prosa, en los Brahmanas, que forman una especie de ciclo con los Vedas, a los que se unen, y con los Upanishads, que, a su vez, se unen con ellos. De estos últimos especialmente proceden las divinidades cósmicas (primitivas), que veremos a continuación:
Deva, dios, viene de la raíz div: resplandeciente, brillante. Por consiguiente, la idea primitiva de dios iba asociada a la idea de luz.
Símbolo cósmico esencial era la pareja primordial Cielo-Tierra. El Cielo representaba, por lo general, el elemento masculino: Diaus (el Día, el Luminoso); Ptithivi (La Vasta, la Ancha), la Tierra. Aditi, el Espacio celeste, era la madre de los dioses. La madre sin padre. Sus hijos eran los Aditias, los astros del firmamento.
Otras interpretaciones, comparandolos con los Amchaspends (arcángeles) persas, hace de ellos un grupo de sátrapas cuya misión principal era proteger el orden moral. Siete Aditias vivían en el Empíreo con los otros dioses; el octavo, Martanda, “nacido del huevo muerto” y abandonado por su madre, estaba condenado a recorrer diariamente, en su carro tirado por siete caballos blancos o rojos, el vasto cielo. Este octavo era el Sol, llamado Surya, el Brillante. Uchas, la aurora, era la amante, la novia o la hija del Sol. Ambos se perseguían y buscaban siempre sin poder encontrarse.
Los caballeros que les servían a Surya eran los Asvins (de asva, caballo), cuyo carácter es difícil de precisar, pero podemos establecer cierta analogía con los Dioskouroi griegos. Agitando sus látigos, extendían por la tierra el rocío. Cuando Ratri, diosa de la noche que protegía a lobos y bandidos, plegaba sus sombríos velos, los ruegos iban a los Asvins. Eran divinidades bondadosas que devolvían el color y las carnes a los enflaquecidos por penas y disgustos; a los ciegos, la luz; a los guerreros les protegían en combates.
Se les invocaba para dar fecundidad a las jóvenes. A la esposa de un eunuco le concedieron un hijo; una vaca estéril, gracias a ellos, volvió a dar leche. A una solterona le procuraron marido. Como a tres viejos -Vandana, Ciarame y Atris- les devolvieron el vigor sexual, eran invocados contra debilidades y enfermedades. En fin, si se les llamaba caballeros no era, como se puede decir en castellano, a causa tan sólo de sus sentimientos desinteresados y generosos, sino porque literalmente “Asvin” quiere decir poseedor de caballos.

1 comentario:

Juan Gomez dijo...

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